mas alla de las maderas

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    La construcción de un instrumento de la nada siempre supone un reto complejo, mas allá de la propia destreza del maestro luthier, mas allá del diseño, mas allá de los materiales empleados y mas allá de la plantilla que aporte la magnitudes finales de las que estará dotado. Es difícil de explicar sin caer en oscuras alquimias y misticismos, difícil si no queremos concebir este bello arte como tocado con un aura de secretos insondables que escapen a cualquier razón que no sea la propia magia. No es mi intención reafirmar estos tópicos y perpetuar la tendencia oscurantista, a mi parecer mal entendida, con la que bastantes artesanos reivindican su trabajo. En esta ocasión vamos a resumir toda esa intangibilidad que excede el trabajo manual y la componente física del instrumento en dos conceptos similares entre ellos al fin y al cabo: el conocimiento y la experiencia.
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    ¿Veis? No fue tan complicado desprenderse de los mitos, de los secretos crisopéyicos que versaban sobre barnices, conjuros en lunas menguantes, cenizas volcánicas y maderas extintas. Y es que es tal la facilidad que tiene la humanidad para atribuir a las voluntades divinas todo aquello que se aleja de lo puramente tangible que sólo es comparable a la picaresca de aquellos que son capaces de sacar beneficio de nuestra ingenuidad. Pero en definitiva ¿es tan difícil creer que suena mejor el instrumento que está mejor hecho que aquel que se hizo con las mejores maderas?

    Será que para mi la idea ha permeado desde el principio hasta llegar a lo mas profundo de mi cerebro y ahora no soy capaz de comprender cómo el profano no lo tiene tan claro como yo. Mi maestro repetía: las mejores maderas en manos de un artesano mediocre darán como resultado instrumentos mediocres, mientras que una madera mediocre en manos de un buen artesano dará como resultado unos instrumentos excelentes, pues sabrá sacar del material del que parta todo lo que da de sí, mientras que el primero desperdiciará toda su potencialidad. Y no estamos hablando de destrezas y habilidades, estamos hablando de “saber hacer”, hablamos de “tener oficio”.

    Para consolidar la idea pondré un ejemplo: el buen agricultor. El buen agricultor labra la tierra, el malo también, y quizás lo haga con surcos mas rectos y disponga de mejores equipos, de tractores mas potentes y de tecnología GPS. Pero el buen agricultor esperó dos días mas a que la tierra oree y repite el volteo hasta llevarla a tempero. El buen agricultor siembra, el malo también, con la mejor semilla y siembra mas profundo, pero lo hace sobre una tierra seca, mientras que el bueno prefirió retrasar la siembra y le supuso tener que pasar nuevamente el hierro y vinar para matar la otoñada; pero su semilla, mas humilde, caerá siempre en terreno propicio y justo antes de una lluvia. El buen agricultor abona, el malo también con la dosis recomendada por peritos y centros de investigación, usando abonos de nueva generación que hicieron crecer rápidamente el trigo. El bueno limitó este año la dosis porque previó que el viento doblaría las espigas si las cañas eran muy altas… y así podríamos seguir hasta el infinito.

    Aquí no hay magias, aquí no hay semillas cosechadas a la luz de la luna, ni sacrificio de vírgenes en honor de Pangéa ni la Pachamama, aquí solo existe un hombre que conoce su oficio y que en lugar de leer “las señales en el viento” quizás lo haga en alguna pagina que ofrezca las imágenes del meteosat y que por encima de todo, conoce el campo, conoce las labores y como se comporta la semilla cuando la pones en tierra, que ve su trabajo en su conjunto y el año malo minimiza las perdidas mientras el año bueno optimiza los rendimientos sin esquilmar la tierra para el año siguiente. Hay en definitiva un agricultor experimentado.

    El buen artesano no solo debe saber labrar la madera, trabajar con ella y dotarla de la forma que marca un plano; el buen artesano debe saber evaluarla para tomar las decisiones que influirán en la calidad acústica del instrumento. El buen artesano no tiene la obligación de rendirse a la subjetividad de la belleza formal aunque la persiga, el buen artesano debe saber calibrar qué necesita esa madera para dar de si toda su potencialidad, no solo es su destreza, son sus decisiones las que marcan la diferencia. Como el agricultor retrasa la siembra hasta tener la tierra en tempero, el luthier decide rebajar una décimas de milímetro los grosores finales, o utilizar refuerzos de cedro en lugar de abeto, mas estrechos y mas altos para acondicionar y meter en cintura el equilibrio de frecuencias de una tapa que nos parezca poco rígida… y todo esto lo hace sin haber hecho sonar aún el instrumento, pues cuando el instrumento suene ya será demasiado tarde. ¿De que servirán las mejores maderas, trabajadas en facturas primorosas y con la destreza de un escultor clásico si terminas tomando las decisiones erróneas? No nos llamemos a engaño, no hay dos maderas iguales y a solas en el taller sólo la experiencia puede ser tu consejera.

    El secreto de Stradivari se llamaba Antonio, era el mejor artesano. Sin dejar de dar la importancia debida y determinante a los materiales, sin rechazar los mejores acabados y la imprescindible corrección estructural y formal de un instrumento, al margen del azar que hizo sonar la flauta al borrico que la olía, cuando a todo eso se le une ese sumatorio de pequeñas influencias en las que la cabeza del luthier es la única responsable, es cuando un buen instrumento llegará a ser sublime.

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